Damasco, 6 dic (SANA) Recientemente, ha llamado la atención la firme insistencia de Washington en invitar a la organización “Los Cascos Blancos” a participar en una sesión del Consejo de Seguridad de la ONU, celebrada el pasado martes, para discutir la situación en Siria.
Fundada entre 2013 y 2014, esta organización sirvió intereses occidentales y respaldó las actividades de grupos extremistas y terroristas, lo que llevó a Rusia a rechazar su participación en la sesión.
El problema central de estas organizaciones radica en su uso del lema “trabajo voluntario y humanitario” como fachada para llevar a cabo objetivos políticos que distorsionan cualquier esfuerzo de los cuerpos de seguridad o las fuerzas armadas de países en desarrollo, cuyo propósito es mantener el orden, la estabilidad y las estructuras sociales modernas.
Así, se busca incitar a la opinión pública, tanto local como internacional, en contra de los gobiernos de esos países, alineándose con los intereses de sucesivas administraciones de EE.UU., que buscaron generar caos y modificar el mapa político de las naciones.
Este patrón destructivo fue recurrente en varios países de América Latina, Asia y, especialmente, en Oriente Medio.
En cada uno de estos casos, las grandes potencias internacionales manipulan a las masas, presentando un discurso humanitario o religioso para respaldar causas políticas específicas, y cuando la verdad sale a la luz, las víctimas ya han caído en la trampa, sacrificándose por completo.
Origen y Financiamiento de “Los Cascos Blancos”
Investigaciones independientes revelaron hace años la verdadera naturaleza de “Los Cascos Blancos”, mostrando que la organización no es tan independiente como se presenta, sino que mantiene vínculos con ciertos grupos en las zonas donde opera.
Su financiación está condicionada por los intereses de sus patrocinadores, lo que les obliga a ajustar sus informes para alinearlos con los deseos de estos, garantizando así su continuidad.
En 2018, varios medios de comunicación y grupos de periodistas de investigación publicaron informes que acusaban a la organización de promover la violencia o ignorar los actos violentos de grupos extremistas vinculados a Al Qaeda.
Se descubrió que “Los Cascos Blancos” también proporcionaban apoyo de inteligencia a estos grupos, rastreando rutas aéreas de las fuerzas sirias y rusas, además de suministrar información estratégica sobre las unidades encargadas de combatir el terrorismo.
La creación de “Los Cascos Blancos” tiene su origen en Turquía, bajo la dirección de James Le Mesurier, un exagente de inteligencia del ejército británico, con experiencia en empresas de seguridad vinculadas a actividades sospechosas, como “Olive Group”, que posteriormente se fusionó con “Blackwater”, conocida por sus actividades criminales en Irak tras 2003.
Tras su muerte en Estambul en circunstancias misteriosas hace unos años, Le Mesurier dejó tras de sí una red de financiamiento que permitió a la organización recibir importantes sumas de dinero, principalmente de gobiernos occidentales.
Corrupción y escándalos financieros
Se denunció que tanto “Los Cascos Blancos” como organizaciones vinculadas, como la Mayday Rescue Foundation, fueron objeto de acusaciones de corrupción y malversación de fondos.
Responsables de su gestión vivieron con lujos excesivos gracias al dinero proveniente de Europa y EE.UU., lo que llevó a varios países, como los Países Bajos, a suspender su apoyo a ciertos proyectos debido a la falta de supervisión adecuada y a que los fondos destinados a la ayuda humanitaria se desviaban a manos de grupos terroristas.
Como parte de una campaña de propaganda para destacar el papel “humanitario” de la organización, “Los Cascos Blancos” fueron nominados al Premio Nobel de la Paz, pero las acusaciones de fraude impidieron que recibieran este galardón.
Por otro lado, la película “The White Helmets”, que presenta sus supuestas acciones de rescate, ganó el Oscar al Mejor Documental Corto en 2016.
Sin embargo, investigaciones posteriores revelaron que las operaciones de rescate fueron en su mayoría fabricadas para fines propagandísticos, con evidencias de que algunos niños heridos fueron mantenidos sin tratamiento para crear una narrativa emocional, y algunos miembros de la organización fueron grabados ayudando a terroristas a enterrar cuerpos mutilados de soldados sirios.
Regreso de “Los Cascos Blancos” y la estrategia occidental
Con la intensificación de la violencia en el noroeste de Siria y los ataques terroristas en Alepo, Idlib y otras zonas, la propaganda occidental ha revivido el discurso de apoyo a la oposición siria, con un llamado a ampliar las sanciones contra “el régimen” y a seguir presionando a Damasco.
Esto revela que los recientes brotes de violencia son parte de un plan más amplio para desestabilizar Siria y debilitar su unidad territorial, así como para atacar a Damasco, considerado un pilar clave de la resistencia árabe.
Lo que cambió desde 2011 es que ahora la opinión pública mundial es más consciente de los peligros que representan los grupos extremistas, independientemente de las banderas que ondeen o los nombres que usen.
Estos grupos no buscan participar en procesos políticos legítimos, sino que promueven divisiones insostenibles. Este despertar ha llevado a muchos a rechazar el regreso de figuras como Mohammed al-Golani, líder de Hayat Tahrir al-Sham, al escenario internacional.
Así, los líderes occidentales han necesitado una organización que pueda presentarse como “moderna” y “humanitaria” para limpiar la imagen de los grupos extremistas como Al Qaeda y Daesh, y presentarlos como “revolucionarios” que luchan contra los “abusos” denunciados por “Los Cascos Blancos”.
Este plan implica, por un lado, el suministro de armas a elementos radicalizados bajo el patrocinio de EE.UU., “Israel” y Turquía, y, por otro, una fuerte campaña mediática en la que figuras como Raed Saleh, director de la organización, se presentan ante el Consejo de Seguridad de la ONU para atacar a los enemigos de Washington.
La batalla por Siria no solo se libra en el campo militar, sino también en la lucha por el control de la narrativa, un campo no menos peligroso: la lucha por la mente del ciudadano árabe, que es el objetivo principal de un proyecto liderado por la Casa Blanca, con apoyo del Partido Republicano, incluso antes de que Donald Trump asuma oficialmente la presidencia.
Por Ammar Al-Hammoud