Damasco, 6 dic (SANA) La reciente intensificación de los ataques terroristas en el norte de Siria no sorprende a quienes sigue de cerca los complejos eventos que envuelven a este país desde el estallido de la guerra en 2011.
Este capítulo, sin embargo, es solo una página en una historia que se remonta a décadas de intervención y competencia internacional por el control del Levante.
Desde la Segunda Guerra Mundial, Siria fue un eje estratégico en la política exterior de Estados Unidos, que asumió el protagonismo dejado por las potencias coloniales de Gran Bretaña (en aquel entonces) y Francia en la región.
La importancia geográfica y política de Siria, como nexo entre Oriente Medio y Europa, fue reconocida por figuras clave de la política global, desde John Foster Dulles, arquitecto de la política estadounidense en la década de 1950, quien describió a Siria con pocas palabras que resumen su relevancia: “Siria es un lugar clave en el Oriente. Es el mayor portaviones fijo en tierra. Es el punto de equilibrio absoluto en la estrategia global. Este lugar no se arriesga ni se juega; quien la posea, tendrá las llaves del Oriente y controlará el vínculo que conecta el Levante con Europa”.
Igualmente, el zar de Rusia, Pedro el Grande, ya había señalado en el siglo XVII la importancia de Siria para Rusia, y posteriormente la emperatriz Catalina II, en el siglo XVIII, describió a Siria como “la llave de la casa rusa”, es decir la llave de sus propios intereses en Asia Occidental.
La influencia de Siria fue históricamente un obstáculo para las ambiciones de las potencias extranjeras, particularmente debido a su postura firme contra el establecimiento del “Estado de Israel” en Palestina y su papel como símbolo del nacionalismo árabe.
Este desafío no pasó desapercibido, siendo Siria blanco de intervenciones desde mediados del siglo XX, incluido el primer golpe militar patrocinado por Estados Unidos en 1949, con Husni al-Zaim como protagonista.
Un tablero de juego internacional
En el contexto actual, los ataques en el norte de Siria son el resultado de una alianza tácita entre Estados Unidos, “Israel” y Turquía, cada uno persiguiendo sus propios intereses estratégicos.
Turquía, por ejemplo, busca revivir reclamos históricos ficticios sobre territorios del norte de Siria e Irak, como Alepo, Idlib, Mosul y Kirkuk, mientras aprovecha el conflicto para consolidar su influencia en la región.
Este patrón quedó claro desde el inicio de la crisis siria en 2011, cuando Ankara rompió relaciones con Damasco, brindó apoyo a grupos terroristas y presionó por una intervención internacional para derrocar al régimen del presidente Bashar al-Assad.
Aquí deseo aclarar un asunto de suma importancia: todos aquellos que exigieron derrocar o cambiar el “régimen” en Siria utilizaron el término “régimen”, que en las lenguas extranjeras corresponde al concepto de sistema en su totalidad, y no emplearon el término “sistema” en el sentido restringido al sistema político.
Este uso del término “régimen” no fue casual, ya que tanto Occidente como Turquía, cada uno a su manera, buscaban desmantelar el sistema social, humano, económico, religioso, cultural, militar y moral mediante el uso deliberado de esta terminología en sus declaraciones y políticas hostiles a Siria.
Estados Unidos, por su parte, ve en Siria un pilar del Eje de Resistencia, que incluye a Irán, Irak y el Líbano, y que se opone a sus planes de dominación regional.
En el marco del proyecto de un “Nuevo Oriente Medio”, Washington busca neutralizar a Siria para allanar el camino a una mayor normalización de relaciones entre “Israel” y los países árabes, consolidando su control sobre los recursos estratégicos de la región.
Sin embargo, las severas sanciones económicas contra Siria no fueron suficientes, por lo que el apoyo a grupos terroristas emergió como una alternativa para debilitar a Siria y fragmentarla.
El papel de Rusia e Irán
En esta ecuación, Rusia desempeña un rol fundamental. Como socio clave de Siria y rival estratégico de Occidente, Moscú no puede permitirse perder influencia en Oriente Medio, especialmente mientras enfrenta presiones en otros frentes, como Ucrania.
La caída de Siria significaría un golpe directo a la proyección de poder ruso en la región y reforzaría la hegemonía de la alianza tripartita liderada por Estados Unidos.
Irán, por su parte, se encuentra en la primera línea del conflicto, no solo como defensor de Siria sino también como objetivo último de las ambiciones occidentales.
El desenlace en Siria es crucial para Teherán, que entiende que una derrota en Damasco podría desencadenar una reacción en cadena que pondría en riesgo su propia estabilidad y la del Eje de Resistencia.
Un conflicto que define el futuro del Levante
El enfrentamiento en Siria no es solo una lucha local, sino una batalla entre visiones opuestas para el futuro de Oriente Medio.
Mientras las potencias extranjeras buscan imponer su agenda a través de conflictos prolongados, las naciones del Eje de Resistencia, con el apoyo de Rusia, intentan frenar la marea y proteger su autonomía.
El desenlace de este conflicto tendrá repercusiones profundas para la región y el equilibrio global.
Siria, con su historia de resistencia y su posición estratégica, sigue siendo el epicentro de esta lucha, y su destino será decisivo para definir quién tiene las “llaves” del Levante en las próximas décadas.
Por Ammar Al-Hammoud