EEUU ha ocultado el asesinato de miles de civiles en las guerras de Oriente Medio

Damasco, 08 ene (SANA)

Un largo artículo publicado en dos entregas el 19 de diciembre en The New York Times y el 31 del mismo mes en la revista Times Sunday, revela que desde 2014 murieron miles de no combatientes a raíz de más de 50.000 ataques con drones estadounidenses en Irak, Afganistán y Siria. Este dato ha sido ocultado por el gobierno de EE UU bajo tres presidencias sucesivas: Obama, Trump y Biden.

El artículo del periodista Azmat Kahn se basa en una colección de documentos internos del Pentágono, así como en la recopilación de reportajes realizados sobre el terreno en docenas de lugares que han sido objeto de los ataques y en entrevistas con numerosas personas supervivientes. Es fruto de cinco años de investigación. He aquí un extracto de lo que escribió Kahn:

La colección de documentos ‒las evaluaciones confidenciales del propio ejército, de más de 1.300 informes sobre muertes de civiles, obtenidas por The New York Times‒ muestra en qué medida la guerra aérea ha estado marcada por una información muy deficiente de los servicios de inteligencia, una definición apresurada y a menudo imprecisa de los objetivos y la muerte de miles de civiles, en muchos casos niñas y niños, en agudo contraste con la imagen que ofrece el gobierno estadounidense de una guerra librada por drones perspicaces y bombas de precisión…

La campaña aérea representa una transformación fundamental del arte de la guerra que tuvo lugar en los últimos años de la presidencia de Obama, ante la creciente impopularidad de las guerras interminables que se habían cobrado la vida de más de 6.000 militares estadounidenses. EE UU cambió montones de botas sobre el terreno por un arsenal de drones teledirigidos por unos controladores sentados ante un ordenador, a menudo a miles de kilómetros de distancia. El presidente Obama la calificó de “la campaña aérea de mayor precisión de la historia”. Esta era la promesa: la “tecnología extraordinaria” de EE UU permitiría al ejército eliminar al enemigo teniendo el máximo cuidado de no dañar a gente inocente.

La primera parte del reportaje termina con Afganistán. Esto ofrece algún contexto de lo que documenta: “El ataque con drones de agosto [de 2021] sobre Kabul, que mató a un trabajador humanitario afgano y a nueve familiares suyos, fue noticia en todo el mundo, pero la mayoría de ataques aéreos estadounidenses se produjeron lejos de las grandes ciudades, en zonas remotas en que no había cámaras filmando, donde a menudo fallaba la cobertura de los teléfonos móviles y donde no había internet”, escribió Kahn. El 70 % de la población afgana vive en zonas rurales.

La guerra más larga de EE UU fue en muchos aspectos la menos transparente. Durante años, esos campos de batalla rurales se hallaban fuera del alcance de las y los periodistas estadounidenses. Sin embargo, después de que los talibán regresaran al poder en el mes de agosto, el interior de Afganistán resultó accesible. El Times llegó a Barang [en la región afgana de Band-e-Timor] poco más de un mes después, donde visitó 15 hogares de esta aldea de casas de barro y tierras de labranza, entrevistando asimismo a ancianos tribales y otras personas de toda Band-e-Timor. La mayoría dijeron que nunca antes habían hablado con un periodista.

Lo que contaron ‒de modo consistente y fiable‒ ayuda a explicar cómo EE UU perdió el país, cómo su guerra de incursiones aéreas y su apoyo a unas fuerzas de seguridad corruptas [las del gobierno títere] allanaron el camino al retorno de los talibán. En promedio, cada hogar perdió a cinco familiares civiles. La gran mayoría de estas muertes se debieron a ataques aéreos, casi siempre durante incursiones [de las fuerzas de seguridad]. Mucha gente reconoció que tenían parientes entre los combatientes talibán, pero la mayoría de las bajas fueron civiles:

Un padre que murió durante un ataque aéreo mientras corría hacia el bosque. Un sobrino asesinado mientras dormía con su rebaño de ovejas. Un tío muerto a tiros por soldados estadounidenses mientras iba al bazar a comprar okra para el almuerzo. Al oír el ruido de helicópteros, los hijos de Hajji Muhammad Ismail Agha se fueron al desierto. Los “helicópteros extranjeros” les dispararon. Uno de los hijos, Nour Muhammad, cayó muerto; el otro, Hajji Muhammad, sobrevivió. “¿Cómo podían discernir los aviones entre un civil y un talib?”, preguntó el padre. “Lo mataron no lejos de aquí. Vi cómo ocurrió.”

Ninguno de estos incidentes aparecen mencionados en los comunicados del Pentágono. Unos pocos constan en recuentos de Naciones Unidas. Tan aislados del gobierno afgano estaban los residentes que cuando se les pedía el certificado de defunción de sus seres queridos, preguntaban dónde podían obtenerlo. Así, para comprobar las muertes, el Times inspeccionó las lápidas de las tumbas esparcidas en el desierto.

Esta información corrobora lo que escribieron periodistas que visitaron zonas rurales de Afganistán en un artículo publicado en noviembre en The New Yorker, “Las otras mujeres de Afganistán”. Los talibán recibieron apoyo porque combatían a los americanos y sus bombardeos, así como a las “fuerzas de seguridad”. Esto explica cómo los talibán forjaron una base de apoyo sólida en zonas rurales, que finalmente rodeaban las ciudades. Cuando entonces atacaron las ciudades, las fuerzas del gobierno corrupto, ya sin el apoyo de los bombardeos estadounidenses, se disolvieron como un azucarillo.

Siria e Irak

El grueso del artículo está dedicado a la campaña de EE UU contra el Estado Islámico (EI) en Siria e Irak, de 2015 a 2017.

Repetidamente, los documentos [del ejército] señalan el fenómeno psicológico del “sesgo de confirmación”, la tendencia a interpretar la información de manera que confirme la convicción preexistente. Se daba por hecho que un grupo de gente que corría hacia un lugar recién bombardeado eran combatientes del EI, no civiles que acudían al rescate. Motoristas que se desplazaban “en formación” mostrando la “señal” de un ataque inminente no eran más que eso, motoristas.

A menudo, el peligro para la población civil se pierde en la brecha cultural que separa a los soldados estadounidenses de un vecindario local. Se detectaba la “ausencia de civiles” cuando de hecho las familias estaban durmiendo durante el día en el periodo del Ramadán, refugiándose en sus casas para huir de la canícula del verano o juntándose en una de las casas para protegerse cuando se intensificaban los combates. En muchos casos se observaba la presencia de civiles en las grabaciones de vigilancia, pero los analistas no los percibían o su presencia no constaba en las comunicaciones previas a un ataque.

En los registros de conversaciones incluidos en algunas evaluaciones, las voces de los soldados suenan como si estos estuvieran ocupados en un videojuego, en uno de los casos expresando su regocijo al disparar en una zona visiblemente “repleta” de combatientes del EI, sin distinguir a los niños que había entre ellos.

Hay muchos ejemplos más, demasiados para enumerarlos en este artículo. Dos que destacan fueron las batallas para la reconquista de Raqqa en Siria y Mosul en Irak, quedando reducida la primera a una “necrópolis” tras los bombardeos y la segunda a un montón de escombros, causando la muerte de muchos civiles.

La segunda parte del largo artículo se titula “El coste humano de las guerras aéreas de EE UU”, y en ella se exponen los detalles de algunos casos típicos. En democracynow.org figuran los enlaces con ambas partes del artículo y una entrevista con Azmat Kahn del 22 de diciembre. Después de leer la totalidad del artículo hay una conclusión ineludible: el asesinato por parte de EE UU de miles de civiles, inclusive menores, fue una consecuencia deliberada de la dejadez abúlica de los servicios de información, de la definición chapucera de objetivos, de la ausencia de toda rendición de cuentas y del encubrimiento.

El examen de otra flecha de la aljaba de guerra estadounidense, la de las sanciones, puede aclarar un poco las cosas. Las sanciones contra Cuba, Irán, Venezuela y otros países que rechazan la dominación de EE UU son actos de guerra, por mucho que la superioridad del ejército estadounidense y el control financiero impidan cualquier contraataque. Incluso comentaristas más honestos de la prensa mayoritaria dicen lo que la izquierda ya sabe: que esas sanciones están dirigidas contra las poblaciones de estos países, que se llevan la peor parte del sufrimiento que causan.

Los imperialistas esperan que golpeando con fuerza a dichas poblaciones, estas se vuelvan contra sus gobiernos y establezcan regímenes favorables a EE UU. ¡Qué más quisieran! Además, EE UU quiere que estas poblaciones sufran por atreverse a alzarse en contra de Washington, lo que a sus ojos es un crimen capital que merece un castigo severo.

EE UU apunta ahora contra el pueblo de Afganistán por derrotar a su ejército y al gobierno títere en la guerra. Está claro que durante la ocupación estadounidense, la economía, también en las ciudades, pasó a depender de la financiación de EE UU, y en menor medida de otros países ricos, para mantenerse a flote. Con la “pérdida” del país, EE UU ha congelado toda esta ayuda. El resultado es una grave crisis económica, incluida la muerte de mucha gente por inanición. Las niñas y niños no se salvan. Las madres malnutridas dejan de producir leche. Las agencias internacionales de derechos humanos dicen que unos cinco millones de menores de cinco años pueden morir de inanición en las próximas semanas.

El informe de Azmat Kahn demuestra que el precio que paga la población civil afgana por la guerra aérea estadounidense es de la misma factura que las sanciones: un intento de someter a la población a base de bombas, un intento en que le han salido los tiros por la culata. El EI era conocido por atacar violentamente a otros musulmanes y a la minoría religiosa azadí del Kurdistán. Los combatientes kurdos de Siria combatieron contra el EI sobre el terreno. El EI trató especialmente de eliminar a la población chiíta. Fueron milicias de Irán e Irak las que se enfrentaron al EI sobre el terreno en Irak. Pero como señaló Kahn, EE UU no solo bombardeó las tropas del EI, sino también a la población civil de las zonas controladas por el EI, una población civil que no apoyaba las peculiares creencias religiosas del EI. EE UU consideró que estas personas apoyaban voluntaria o involuntariamente al EI y las bombardeó.

Fuente: Viento Sur

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