Nuevos riesgos de la guerra en Siria

Damasco, SANA

ESTADOS UNIDOS e Israel intentan prolongar su guerra contra Siria a cualquier precio, incluida una cruel crisis humanitaria o un conflicto bélico con Irán y Rusia, de graves peligros para todo el planeta.

La administración demócrata de Barack Obama prendió la chispa del conflicto en marzo de 2011 y el republicano Donald Trump coquetea con un incendio de alcance global. Otra prueba del interés geopolítico bipartidista que anima «la unidad de los contrarios» detrás de «una cuestión de seguridad nacional» del imperio.

El empeño por derrocar el gobierno de Bashar al Asaad y controlar la estratégica nación árabe, fue promovido como otro episodio de «la primavera árabe». Trump le imprimió un desafiante sello agresivo. El 7 de abril de 2017 ordenó el lanzamiento de 59 poderosos cohetes Tomahawk desde un portaviones anclado en el Mediterráneo contra la base aérea de Al-Shairat, punto de apoyo a la aviación siria y rusa contra los terroristas que operaban en el noreste del país.

La agresión de Trump probó la falsedad de su promesa electoral de que pondría fin a «las guerras interminables de Estados Unidos en el exterior» y el pronto regreso a casa de los soldados norteamericanos. De paso, le hizo un guiño público de simpatía a los terroristas de Al Nusra, organización descendiente de Al Qaeda, a la que solo califican de «opositores» al gobierno.

El presidente ruso Vladimir Putin, un resuelto aliado de al Asaad en virtud de vigentes convenios de amistad y cooperación, había privado a Obama del pretexto para una agresión directa, a partir de la firma el 14 de septiembre de 2013 de un acuerdo entre Rusia y Estados Unidos que garantizó la destrucción bajo supervisión internacional de «todas las armas químicas» en poder de Siria.

Trump retomó el argumento, pero el atrevido gesto de prepotencia puso en tensión al mundo, a tal punto que relevantes analistas advirtieron el peligro de un estallido global.

Los duros golpes propinados por la Fuerza Aeroespacial de Rusia a las posiciones militares de los terroristas y el avance terrestre del ejército sirio, permitió el desmantelamiento del mal llamado “Estado Islámico” (ISIS, por su sigla en inglés) y el control por Damasco de hasta el 70 por ciento del territorio nacional.

Con su habitual oportunismo, Trump se tituló vencedor del temible grupo terrorista de ISIS y anunciaron la eliminación de su caudillo, sin presentar pruebas. Lo visible eran los cientos de víctimas civiles, como resultado «colateral» de los bombardeos de la Fuerza Multinacional liderada por Estados Unidos, que invadió el país sin permiso de Siria o de Naciones Unidas.

Trump dio por cumplida la misión estadounidense en Siria en diciembre de 2018, pero dijo que los militares estadounidenses iniciarían una retirada escalonada del país árabe. No obstante, aunque se efectuaron unos repliegues parciales, Washington concentró sus tropas y bases militares en el este y noreste de Siria, bajo el pretexto de «proteger» los pozos de crudo de los grupos terroristas.

Desde finales de 2019, tropas, tanques y blindados se apostaron en torno a los pozos petroleros. El crudo (robado a mano armada) comenzó a ser «exportado» de modo ilegal para financiar los gastos de las llamadas Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) integradas por milicias kurdas, organizadas, armadas y pagadas por Washington y sus aliados, que a partir de entonces serían su tropa de choque en el noreste del país. Así comenzó a implantarse un proyecto de «estado dentro del estado», con un gobierno autónomo, que debilite la autoridad del presidente al Assad.

La firma hace algunos meses de un discreto acuerdo con la empresa Delta Crescent Energy LLC, de hecho una entidad pantalla de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) ambas con sede en Virginia, para extraer y exportar el petróleo sirio controlado por los kurdos, concreta los planes para reforzar las FDS.

Según trascendió en medios de prensa árabes, Estados Unidos busca crear una región separatista en el noreste del país árabe, para socavar la soberanía e integridad territorial de Siria, tal como hizo en el norte de Irak.

Washington busca unir grupos opuestos a Damasco para proclamar una denominada «región de Al-Yazira» dividida en varios cantones separatistas.

Tras el rotundo fracaso de nueve años de guerra contra el gobierno de al Asaad, con el empleo de decenas de miles de mercenarios y el gasto de multimillonarias sumas de dinero aportados por sus aliados en la región, Washington proclama ahora con el mayor desparpajo, de manera pública y oficial, su intención de permanecer en Siria, sin fecha límite.

A raíz del inquietante enfrentamiento de tropas estadounidenses en Siria con fuerzas gubernamentales rusas y sirias, en agosto, el Departamento de Estado de Estados Unidos puntualizó por escrito a la revista Newsweek la posición oficial en respuesta a las críticas contra la política de la Casa Blanca.

«Nuestros objetivos políticos generales en Siria», dijo el Departamento de Estado, «siguen siendo los mismos: la derrota duradera de ISIS y Al-Qaeda, una solución política irreversible al conflicto sirio de acuerdo con la Resolución del Consejo de Seguridad de la ONU 2254, y la eliminación de todas las fuerzas apoyadas por Irán».

Respecto al acuerdo petrolero firmado entre una empresa estadounidense y las FDS, lideradas por los kurdos aliados de Estados Unidos, los calificó de «misión vital de ayuda a sus socios de las FDS a asegurar los campos petroleros en el noreste de Siria, (que) una vez (fueron) ocupados y utilizados por ISIS para generar ingresos».

Más claro ni el agua. Estados Unidos, esgrime ahora el pretexto de proseguir la guerra al terrorismo islámico, la necesidad de implantar en Siria un régimen a su antojo y además preconiza «eliminar» –es decir, matar, echar del país- a todas «las fuerzas apoyadas por Irán». Todo el mundo sabe que se refiere a las milicias y voluntarios libaneses, iraquíes, iraníes u otros que respaldan a Damasco.

Con esos objetivos es fácil predecir que Washington promueve más guerra y penurias, si a eso se añade el duro régimen de presión máxima y severas sanciones que impiden la reconstrucción del país y apuntan a la asfixia económica de la población siria.

El Pentágono juega con fuego.

Los recientes choques armados de tropas estadounidenses con las fuerzas gubernamentales sirias y rusas mantienen encendidas las alarmas. Tal vez sean solo escaramuzas controlables, pero los juegos de guerra en tiempo de elecciones son un recurso conocido para ganar popularidad y votos.

Trump los está necesitando. El riesgo es cometer una equivocación fatal.

Por Leonel Nadal
Fuente: Juventud Rebelde

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