Las armas para destruir Siria sin guerra declarada. (Prensa Latina)

Damasco, SANA

Desde marzo del 2011 más de 140 mil mercenarios entraron a territorio sirio al tiempo que Estados Unidos y sus aliados occidentales y en el Oriente Medio preparaban una intervención directa sin guerra declarada como parte de las llamadas primaveras árabes largamente preparadas.

Bajo tales objetivos, los servicios de inteligencia de Estado Unidos, Reino Unido, Francia, Israel y Turquía, fundamentalmente, coordinaron acciones para exacerbar las diferencias de bases confesionales, desestabilización social y utilizaron como fuerza de choque a esos miles de extremistas de 87 nacionalidades.

Fueron aplicados, bajo el amparo de una cobertura mediática tergiversadora y sin precedentes en la región, medidas como facilitación de pasaportes falsos, respaldo logístico y entrenamiento militar sobre la base de pelotones de 15 integrantes a un costo total de 15 mil dólares cada uno, entre otras tácticas.

Siria, cuyos mandos militares acumularon experiencia en enfrentamientos convencionales con Israel y en el Líbano en las décadas de los años 60, 70 y 80, había renovado por los avatares del tiempo su estructura en las Fuerzas Armadas y asumió al principio con cierto desconcierto una guerra irregular sin declarar.

Las iniciales deserciones pero de pocos jefes con mando de tropas y las nuevas tácticas de una guerra irregular no declarada, fueron corregidas y aplicadas con prontitud por un Estado que mostró firmeza y liderazgo político para combatir entre ese año y el 2015, en 12 frentes en todo el territorio nacional.

Una agresión directa en ciernes, basada esencialmente en el pretexto de una presunta utilización por el Ejército sirio de armamento químico, fue evitada por el veto de Rusia y China en el seno del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, de lamentable actuación cuando la invasión contra Iraq y Libia.

Los hechos

Ante una realidad inquietante, justo en septiembre del 2015 el gobierno sirio apeló a los acuerdos de cooperación militar con Rusia desde la presidencia de Hafez Al Assad y con respaldo jurídico y legal en apego a las leyes internacionales, se activó una asesoría y logística de largo alcance y apoyo aéreo a partir de la base de Hemymin, en la provincia siria de Latakia y el puerto de Tartus, en la provincia costera de igual nombre.

Los enfrentamientos, en ciudades, áreas rurales y zonas desérticas, requirieron la modernización y adecuación de grupos operativos de infantería, operaciones de tanques y vehículos artillados, sistemas de defensa antiaérea, misiles termobáricos teleguiados y actualización de los modelos de aviones Sukhoi tipo 24, 25 y 30, entre otros.

De igual forma, la infantería fue dotada de sistemas de visión nocturna, nuevos fusiles de francotirador y protección individual, además de la constitución de tropas especiales como las Fuerzas Tigre y los Cazadores del Desierto, grupos de milicias locales y cursos intensivos de preparación en los centros de formación, entre ellos la Academia Militar Femenina de Damasco.

Particular relevancia adquirieron los combates urbanos en la propia capital, Damasco, Alepo, Homs, Hama y Deir Ezzor, entre otras localidades donde se actuó sobre la base de pequeñas unidades que entraban en acción tras la preparación artillera y aérea.

Solamente así, en casi ocho años de guerra impuesta se pudo enfrentar con éxito a los grupos terroristas habilitados y entrenados en campamentos de la provincia turca de Hatay, fronteriza con Siria y receptores en la etapa de más de mil camionetas tipo Hillux, de la Toyota, o de sistemas de misiles tipo Tow, con financiamiento de los petrodólares de Qatar y Arabia Saudita.

A esos hechos, se sumó el abastecimiento con intermediarios de armamento fabricados por la empresa ucraniana UkrOborom o de compañías de Bulgaria, Rumanía y Croacia a través de entidades como la Blesdsway LTD, de Chipre, de capital turco-estadounidense, por citar solamente a una.

Al respecto, el vicecanciller sirio, Feysal Mikkdad, denunció que con esos fines se emplearon no menos de 137 mil millones de dólares en un flujo ilegal de armas que representa el 35 por ciento del total mundial, según el Instituto por la Paz de Estocolmo, Suecia.

La actualidad

A casi nueve años de una guerra impuesta, Siria, con la colaboración de Rusia, Irán y el movimiento de resistencia libanés Hezbolá, neutralizó a los grupos terroristas como fuerza de choque promovida desde los centros de poder occidentales o de la región, con un costo dramático de vidas que llega al medio millón de víctimas y mutilados, entre ellos cien mil miembros de las fuerzas armadas.

La táctica y estrategia aplicadas dio resultados en cada zona desértica como Palmira o Deir Ezzor o en centros rubanos como Damasco, Alepo o Homs, y a pesar de la aparentemente indirecta colaboración pro terrorista del régimen sionista de Israel y sus más de 200 incursiones aéreas contra territorio sirio en los últimos años.

Más del 90 por ciento del territorio de esta nación del Levante fue liberado de la actuación de las organizaciones extremistas, cerca de tres mil localidades y unos 200 grupos extremistas aceptaron negociaciones pacificadoras, pero desde Occidente se mantienen los indicadores de asedio y cerco.

Al cierre del 2019, con el pretexto de combatir a grupos kurdos, Turquía ocupó cerca de seis mil kilómetros cuadrados de suelo sirio en las norteñas provincias de Alepo y Hasaka y Estados Unidos, Francia y Reino Unido respaldan el control de varios campos petroleros en regiones de Hasaka, Raqqa o Deir Ezzor.

En ese sentido, demuestran un apoyo tácito al último bastión organizado de los terroristas en la provincia de Idleb, por cuyo motivo la solución militar no parece prudente por el momento y se recurre a negociaciones continuas por los factores internacionales implicados.

Siria y sus aliados, abogan por continuar conversaciones al respecto, en aras de una paz esquiva a partir de la insensatez de Estados Unidos y sus seguidores que pueden, a la luz de los años transcurridos, provocar una escalada de tensiones no deseada pero latente.

Por Pedro García Hernández

Corresponsal jefe de Prensa Latina en Siria

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